La reunión como arquitectura

El ser humano es un ser social: su naturaleza lo lleva a relacionarse con las personas que lo rodean y su entorno. Esta acción innata de relacionarse conlleva a reunirse y organizar grupos, donde los individuos, inconscientemente, se colocan de tal modo de acotar el espacio en el que se encuentran, buscando cierta proximidad entre ellos y cierta distancia con su rededor. Esta demarcación involuntaria de un espacio propio es lo que da forma a una geometría, un dibujo en el territorio: un espacio delimitado en forma de perímetro, que deja un vacío en su centro. Este vacío contenido, que surge de las distancias entre sujetos, muchas veces es “ocupado” por un elemento central en torno al cual se articula la reunión. El escenario creado se puede considerar como una arquitectura que, si bien no hay nada edificado, sí genera un espacio arquitectónico. Precisamente esto dio pie a identificar tres elementos presentes en una reunión, como si estos fueran los componentes que arman la escena. Comenzando por el fuego, como el primer elemento en torno al cual los seres humanos se congregaron. Luego, la mesa; como pieza fundamental del día a día que, extendiéndose más allá del solo acto de comer, se ha transformado en una superficie horizontal símbolo de la vida social y de las relaciones interpersonales. Y, por último, la silla; en cuanto esta, si bien no ocupa un centro, se entiende como un perímetro construido que se origina al aproximar unas sillas, generando, a la vez, una relación inmediata entre quienes se ubican en ellas. Una vez establecidos estos elementos, se decidió exponer tres escenarios donde es posible clarificar el entendimiento de la reunión como arquitectura, pero sólo a partir de uno de ellos: la mesa. Cada una de estas reflexiones apuntan a leer las acciones cotidianas de otra manera, donde es posible considerar al ser humano como creador de espacio y, en definitiva, revelar las reuniones sociales como un espacio arquitectónico.