Vegaviana: una síntesis de modernidad más allá del movimiento moderno

José Luis Fernández del Amo formó parte de una generación de arquitectos singulares, que asumieron la responsabilidad de reconectar la arquitectura española con la modernidad. Desde su conocimiento sistemático del arte contemporáneo intuyó una inevitable modernidad crítica: interiorizados los principios elementales de la depuración compositiva, la plástica contemporánea o la racionalidad funcional, se mantuvo ajeno a los dogmas tecnológicos, en especial si los métodos vernáculos le permitían proponer una obra más colectiva, anónima e integrada en su medio social. A la búsqueda de esta identidad comunitaria, su sensibilidad lo llevó a desarrollar un certero análisis del universo rural ibérico, una etnografía operativa paralela a la antropología cultural. En definitiva, conseguir aquel mítico for us, by us de los círculos de Otterlo. En Vegaviana, este destilado de tradición, modernidad y crisis cristaliza en un pueblo moderno, pero rico en ritmos campestres, en espacios para el pausado trabajo colectivo, para la conversación calma. Su trazado racional, técnicamente excesivo frente al módulo-carro, también es capaz de resolver claves de un futuro imaginario urbano: al margen de la tradición rural, los edificios públicos se definen como hitos en torno a un núcleo nodal, la escena perfila los límites y cada cuadrante se reconoce en una diversidad sutil. No es Vegaviana espacio para la reflexión urbana, pero sí una propuesta válida frente a la anomia del suburbio, ya predecible en la seriación de pueblos y barrios de aquella posguerra española. Más allá de la superación del movimiento moderno, Vegaviana incorpora una sensibilidad hacia el lugar, que predice los criterios paisajísticos contemporáneos: enraizado en la misma tierra de sus encinas, de las especies autóctonas hoy aniquiladas, pionero del suburbanismo como arte de la memoria, pero también como espacio subordinado a los ritmos naturales, a los esplendores y miserias de una tierra que, sin las sucesivas invasiones desarrollistas, permanecería como paradigma vivo de la trascendencia del tercer paisaje.