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This article aims to explore the intersection between art and videogames from cyberfeminism. Digital technologies and the Internet have become an object of examination by feminist artists. In the early ’90s, the Australian cyberfeminist collective VNS Matrix recreates from videogames from a critical view on patriarchal culture. Thirty years later, Mónica Jacobo, an artist from Córdoba, uses videogames to reflect demands and feminist struggles in Argentina. A critical-historical analysis of these two cyberfeminist expressions allows us to observe the transformations of cyberfeminism, from the so-called first cyberfeminism to the current one. But also to reflect, from a situated thought, on the features that cyberfeminism acquires in our latitudes., Este artículo se propone indagar el entrecruce entre arte y videojuegos desde el ciberfeminismo. Las tecnologías digitales y la internet se han convertido en un objeto de exploración por parte de artistas feministas. A principios de los ’90, el colectivo autraliano ciberfeminista VNS Matrix recrea los videojuegos a partir de un posicionamiento crítico sobre la cultura patriarcal. Treinta años después, Mónica Jacobo, artista cordobesa, utiliza los videojuegos para reflejar las demandas y luchas feministas en Argentina. Un análisis crítico-histórico sobre estas dos manifestaciones ciberfeministas nos permitirá observar las transformaciones del ciberfeminismo, desde el denominado primer ciberfeminismo al actual. Pero también reflexionar, desde un pensamiento situado, sobre los rasgos que adquiere en ciberfeminismo en nuestras latitudes.

El net.art fue incluido por vez primera como arte en la red en la Documenta X de Kassel (1997). Así, artistas como Jodi o Alexej Shulgin trabajaban en proyectos exclusivos pensados para Internet. Se trataba pues, desde sus inicios, de un arte en la red, virtual y directo, que creaba mundos paralelos y que estaba abierto a un público ilimitado o imprevisible, siempre fluctuante y sin ningún tipo de mediación institucional. En este sentido, una de sus claves principales era su enorme potencial de difusión o distribución, eliminando barreras tradicionales, tanto económicas como culturales o artísticas. Esto supone que las viejas reglas entran en crisis para dejar paso a otras nuevas que nadie sabe cuáles son, si bien siempre a favor de un arte sin fin. Los primeros netartistas, al margen del género, trabajaron sobre todo con el potencial expresivo de los medios tecnológicos digitales y, frecuentemente, en producciones de carácter efímero y de difícil conservación. Inicialmente se trataba de obras no mercantilizables, si bien se buscaba influir en el espectador, el cual se convierte en miembro de un espacio social y virtual. En este sentido, la intención social primaría sobre la intención artística, ya que ésta última da prioridad a la investigación formal y a los recursos del propio medio. Esta colaboración de artistas se traduce, por ello, en la creación de obras abiertas y dinámicas, de ahí la importancia de estar interconectados. Otra de las claves del net.art es que el espectador se ve obligado a interactuar con la obra, en un feedback permanente en su navegación por la misma. Esto justifica el especial cuidado puesto en la maquetación del espacio virtual, así como en el diseño gráfico en su conjunto. Todo ello, con frecuencia supone la necesidad de un trabajo colaborativo entre especialistas o artistas, los cuales constituyen, por este motivo, comunidades virtuales de trabajo y discurso crítico al margen del ámbito institucional. Las imágenes electrónicas son puro

El net.art fue incluido por vez primera como arte en la red en la Documenta X de Kassel (1997). Así, artistas como Jodi o Alexej Shulgin trabajaban en proyectos exclusivos pensados para Internet. Se trataba pues, desde sus inicios, de un arte en la red, virtual y directo, que creaba mundos paralelos y que estaba abierto a un público ilimitado o imprevisible, siempre fluctuante y sin ningún tipo de mediación institucional. En este sentido, una de sus claves principales era su enorme potencial de difusión o distribución, eliminando barreras tradicionales, tanto económicas como culturales o artísticas. Esto supone que las viejas reglas entran en crisis para dejar paso a otras nuevas que nadie sabe cuáles son, si bien siempre a favor de un arte sin fin. Los primeros netartistas, al margen del género, trabajaron sobre todo con el potencial expresivo de los medios tecnológicos digitales y, frecuentemente, en producciones de carácter efímero y de difícil conservación. Inicialmente se trataba de obras no mercantilizables, si bien se buscaba influir en el espectador, el cual se convierte en miembro de un espacio social y virtual. En este sentido, la intención social primaría sobre la intención artística, ya que ésta última da prioridad a la investigación formal y a los recursos del propio medio. Esta colaboración de artistas se traduce, por ello, en la creación de obras abiertas y dinámicas, de ahí la importancia de estar interconectados. Otra de las claves del net.art es que el espectador se ve obligado a interactuar con la obra, en un feedback permanente en su navegación por la misma. Esto justifica el especial cuidado puesto en la maquetación del espacio virtual, así como en el diseño gráfico en su conjunto. Todo ello, con frecuencia supone la necesidad de un trabajo colaborativo entre especialistas o artistas, los cuales constituyen, por este motivo, comunidades virtuales de trabajo y discurso crítico al margen del ámbito institucional. Las imágenes electrónicas son puro