El trabajo se centra en el análisis de un marco territorial, la provincia de Castelló, en el que desde un punto de vista fisiográfico predomina la montaña media mediterránea. Los objetivos planteados son verificar la biodiversidad y utilidad de los recursos forestales en el área de estudio; analizar la distribución general de la superficie y de la propiedad forestal; comprobar la evolución histórica que se produce en la dialéctica explotación-conservación, así como sus consecuencias para el paisaje agroforestal; analizar la situación actual de los aprovechamientos y/o funciones del bosque; valorar la política forestal valenciana; y, por último, promover medidas para intentar solventar los problemas detectados a nivel económico, paisajístico y ambiental.El estudio consigue identificar las pautas paisajísticas del bosque castellonense desde la Edad Media hasta la actualidad, con la actividad antrópica como principal agente modelador. La riqueza de los recursos forestales es incuestionable, como se desprende del pormenorizado análisis de las masas climácicas de carrascas, alcornoques y robles las más importantes del País Valenciano , los reductos de vegetación relíctica bosques de arce, tejo, nogal, hayas... y, por supuesto, de las formaciones de pináceas o cupresáceas. Una de las claves explicativas de la evolución del paisaje agroforestal de la provincia radica en la tensa dialéctica establecida en el subsector forestal entre las funciones productora y protectora. En una primera etapa los impactos en las masas arboladas son mínimos y, de hecho, la aparición de la figura del vedaler precedente de los actuales guardas forestales representa una de las aportaciones más singulares de la legislación medieval castellonense. La mentalidad conservacionista perdura hasta el siglo XVIII en un intento de asegurar que las relaciones establecidas entre la sociedad y el bosque principal proveedor de materias primas estén regidas por la sostenibilidad, como ocurre en la explotación suberícola de la sierra de Espadán. La tendencia, sin embargo, va a experimentar un brusco cambio coincidiendo con el aumento demográfico que se produce aproximadamente desde 1770. Las referencias a roturaciones panificar el terreno son habituales, mientras que la sobreexplotación de recursos, a pesar de los esfuerzos de la incipiente administración forestal (Secretaría de Marina), provocará masivas deforestaciones. Esta dinámica será constante durante el siglo XIX y hasta la Guerra Civil, cuando incluso se incrementan los impactos con la generalización de actividades como el carboneo o el funcionamiento de hornos de cal.En contraste, en las últimas décadas del siglo XX se registra una auténtica involución cuando entra en crisis el denominado modelo tradicional de gestión del territorio. La extracción de productos forestales y la presencia antrópica en los bosques cesan de forma radical, dejando paso a una realidad preocupante, en la que se multiplican los riesgos de incendio, se pierde el secular mosaico paisajístico agricultura, ganadería y bosque convivían en relativa armonía y se estabilizan unas formaciones de matorral que, en muchos casos, dificultan la regeneración del arbolado. La rentabilidad de las producciones forestales alcanza su mínimo histórico, sobre todo en el caso de la madera, que es suplantada en términos económicos por la trufa y los pastos.La Ley Forestal de 1993 aporta una reglamentación adaptada a esta nueva situación y, por lo tanto, debería convertirse en una herramienta básica para realizar una auténtica ordenación territorial de carácter integral que permitiera hacer compatibles y complementarias las funciones económica, ambiental y social del bosque. En la actualidad, paradójicamente, puede afirmarse que la infrautilización de esta normativa autonómica es patente en demasiadas ocasiones, sobre todo si se tiene en cuenta que el bosque que supone uno de los patrimonios más valiosos a la vez infravalorado de la provincia.