Tengo en mente una frase que, lo confieso, descubrí antes que a su autora. “El mundo está hecho de historias, / no de átomos”, escribió Muriel Rukeyser en uno de sus más bellos poemas. Galeano citó en varias ocasiones estos dos versos, y creo que es porque a él también le pesaban un poco. Se daba cuenta de que lo que vemos, de alguna u otra forma, siempre está narrado. Y es que las historias hacen al mundo: nos cuentan un origen, que para algunos es el Big-Bang, para otros la Patria, y quizá haya quienes tomen al pie de la letra el Génesis; nos arman de valor para afrontar la vida con historias de héroes o de esperanzas políticas; nos hacen soñar en las ficciones. Pero también hay historias que nos clausuran el mundo. Aquellas que nos fascinan en el cine o que tememos ver confirmadas en las noticias, y cada catástrofe, o incluso algún rumor, nos encienden las alarmas. Preguntarnos por el sentido del fin del mundo es preguntarnos por los relatos que nos crean (y nos creamos). Es preguntarnos por qué insistimos tanto en imaginarnos nuestro fin de formas tan diversas. No necesariamente tenemos que ir a misa o rezar todas las noches para encontrar la religión en nuestras venas, y hasta el más ateo sucumbe ante el relato religioso, o el fantasma de la fe en los recuerdos colectivos, cuando ve su mundo desmoronarse ante un acantilado. Eso, lejos de rehabilitar la religión o ser una prueba de la conexión entre la creencia y el miedo a la muerte, nos indica que, bajo las piedras de ciencia y tecnología que sepultaron la religión, e incluso bajo ese cadáver, hay un sustrato de relatos del fin del mundo que son mucho más que herencia cristiana. Es el fin el que se le impone a nuestro mundo en tanto este tenga sentido, como la promesa de que el relato que le dio origen tiene alguna vez que terminar. Frente a esto, podemos optar por decidir que el mundo no tiene un sentido ‒es decir, dirección‒ que le excede, como nos mostró entre risas aquella película de los Monty Python, y quizá sea lo más sensato, pero al menos por un instante creo que podríamos tomar al relato apocalíptico e interrogarlo para saber por qué nos acosa tanto y si hay en él algo más que un mero límite a nuestra existencia. Puede que nos diga algo que hoy nos sea útil., Fil: Baudagna, Rodrigo. Universidad Católica de Córdoba. Facultad de Filosofía y Humanidades; Argentina