Aristóteles escribió en el Estagirita ¿Quizá es también absurdo hacer del hombre dichoso un solitario, porque nadie, poseyendo todas las cosas, preferiría vivir solo, ya que el hombre es un ser social y dispuesto por la naturaleza a vivir con otros. Apoyándonos en esta cita, podemos afirmar que no cabe duda de que un elemento esencial en la ontogénesis de cualquier ser humano lo constituye la interacción con otros sujetos. Esta idea ha ocupado posiciones centrales en algunas de las teorías más importantes en psicología (Vigotsky, 1978; Piaget, 1932). Las interacciones pueden ser definidas como intercambios sociales entre sujetos, en el que las acciones de los participantes son interdependientes, de tal modo que un determinado comportamiento es al mismo tiempo consecuencia y causa de otro. Podemos distinguir una amplísima variedad de interacciones sociales cuya diversidad emana de diversas fuentes, tales como, la duración, la edad a la que tienen lugar, la finalidad de las mismas, el contexto en el que se producen, su naturaleza afectiva, la identidad de los sujetos implicados, etc. (Fabes, Martin y Hanish, 2011). Una de las fuentes de variabilidad más evidente es la edad de los sujetos implicados. A medida que los sujetos maduran y evolucionan, los cambios físicos, cognitivos y sociales impactan en el modo en el que estos perciben, interpretan y responden a las interacciones con sus congéneres. La mayoría de estos cambios a los que aludimos son paulatinos, aunque determinados elementos contextuales pueden provocar que dichos cambios sean más abruptos de lo habitual como ocurre, por ejemplo, con el comienzo de la escolarización en la etapa de Educación infantil, momento en el que los niños comienzan a establecer relaciones con otros iguales más allá de los miembros más cercanos del núcleo familiar. Es en este contexto en el que los niños dejan de jugar solos o con otros niños con los que están muy familiarizados, para hacerlo con un grupo más numeroso de iguales sobre los que tienen un conocimiento, al menos inicialmente, relativamente escaso. Por todo esto, el periodo de la Educación infantil se ha considerado un momento especialmente delicado, esencial para el desarrollo de capacidades, comportamientos, actitudes, preferencias, etc., cruciales que subyacen a las interacciones sociales entre iguales. Durante esta etapa educativa los niños comienzan a dirigirse con más frecuencia a los iguales y a interactuar con un mayor número de ellos. A esta edad la mayor parte de las interacciones que se producen entre los sujetos son de naturaleza lúdica o dicho con otras palabras, el juego supone la interacción social por excelencia. Este constituye el medio esencial a través del cual los niños de estas edades se comunican (Coplan y Arbeau, 2011). Para que este se desarrolle de forma satisfactoria, es necesario el desarrollo de habilidades sociales adecuadas que permitan iniciar y mantener dichos intercambios, entre las que podemos mencionar: expresar afectos positivos, prestar una atención adecuada a los compañeros de juego, cooperar en las acciones cuando sea necesario, respetar las normas, etc. (Rubin, Bukowski y Parker, 2006).) A medida que el sujeto crece, el juego cambia, de modo que inicialmente este constituye una actividad más bien solitaria que poco a poco va evolucionando para convertirse en juego paralelo hacia los tres años de edad, pasando a tener un fuerte componente social hacia los 5 (Coplan y Arbeau, 2011). Existe evidencia de que entre los 3 y los 5 años se produce una disminución de lo que podríamos llamar no ocupación -unoccupied-, es decir, ausencia de foco de atención o intención, así como del juego paralelo y un incremento del juego en grupo y de la actividad conversacional con los iguales. Concluida la Educación infantil, comienza la Educación primaria en la que las interacciones sociales ganan en complejidad y se requieren habilidades más complejas para resolver con éxito las situaciones a las que deben hacer frente. Consecuentemente el juego se hace más elaborado, incorpora un mayor número de normas y suelen tomar parte un mayor número de sujetos. Por todo ello, ser cooperativo, amigable, asertivo y poseer buenas habilidades de auto-regulación son elementos esenciales en esta nueva fase del desarrollo. Por tanto, podemos afirmar que el juego proporciona a los sujetos las oportunidades necesarias para seguir avanzando en sus incipientes habilidades sociales, socio-cognitivas y lingüísticas. Igualmente, se ha comprobado que el comportamiento que los niños muestran en estas tempranas participaciones sociales tienen importantes implicaciones en las interacciones sociales que desarrollarán con posterioridad. Por ejemplo, la cantidad de conductas de observación y de lo que hemos llamado inatención, es decir, ausencia de foco de atención o intención, suponen un marcador de la timidez y del miedo social y han sido asociadas a la presencia de trastornos de ansiedad, baja autoestima, incompetencia y exclusión social. Sabemos que los niños prefieren interactuar con otros niños que son como ellos en términos de características visibles como etnia, así como otras no tan visibles, tales como, tendencias conductuales como, por ejemplo, niveles de participación social y calidad del juego. Así mismo los niños realizan importantes distinciones, de tal manera que no se comportan igual con los amigos que con aquellos sujetos que no lo son; con los primeros realizan un mayor número de intercambios sociales y juegan de una manera más compleja, mostrándose más cooperativos que con aquellos otros sujetos que no lo son (Coplan y Arbeau, 2011). Inicialmente los términos amistad y juego van de la mano, de modo que un niño es amigo de otro si pueden jugar juntos. En este sentido, las amistades que se forman en los primeros años de la vida están fundamentalmente vinculadas al hecho de proporcionar y tener compañía, así como al grado en que los sujetos tienen estilos de juego compatibles. No obstante, dependiendo del contexto, y si las circunstancias lo permiten, se pueden llegar a establecer relaciones de verdadera amistad incluso a edades tempranas. Tres características de las amistades a edades tempranas son, por un lado, el hecho de que pueden romperse con relativa facilidad, suelen establecerse con otro sujeto del mismo sexo y finalmente que están controladas por los padres o cuidadores del niño (Herranz, 2002). Para que este tipo de relaciones puedan desarrollarse, son necesarias capacidades, tales como, adopción de perspectivas, reconocimiento de los afectos, habilidades de comunicación, etc. Las amistades tempranas contribuyen al desarrollo de habilidades socio-cognitivas como, por ejemplo, las que se ponen en práctica en la resolución de conflictos en contextos compartidos (Howes, 2011). En la adolescencia el juego pasa a desempeñar un papel secundario, comenzando a tener un peso más destacado la relaciones de amistad propiamente dichas en las que se comparten otro tipo actividades y aficiones, tales como, el gusto por un determinado tipo de música, el deporte, ir de compras, etc. Los adolecentes, al igual que los niños de menor edad, valoran y eligen a los amigos en función de determinadas características psicológicas, eligiendo como amigos a aquellos sujetos con los que comparten gustos, intereses o formas de ver la realidad. Este tipo de interacciones están menos vinculadas al centro escolar, de modo que su desarrollo se produce preferentemente fuera del horario lectivo. A estas edades la relación es más estable y los grupos de amigos, a diferencia de lo que ocurre en etapas previas, están formados por chicos y chicas que en algunos casos desembocarán en relaciones de pareja. No obstante, chicos y chicas valoran aspectos distintos en sus relaciones de amistad, ya que en el caso de ellos, los grupos tienden a ser más numerosos, mientras que las chicas valoran especialmente la intimidad y consecuentemente tienden a formar grupos más reducidos. A estas edades el vínculo afectivo está sólidamente establecido y aspectos, tales como, lealtad, sinceridad, intimidad y confianza, entre otros, pasan a ocupar un papel central en ambos géneros (Herranz, 2002). Poseer buenas habilidades comunicativas, entendidas en el sentido más amplio del término ¿empatía cognitiva y emocional, asertividad, etc.- es esencial para desenvolverse con éxito por estos nuevos derroteros (Fabes, Martin y Hanish, 2011). Como ya hemos señalado, a todas las edades los sujetos forman amistades con aquellos otros con los que tienen similitudes. Por ejemplo, aquellos sujetos que son agresivos, tienden a establecer lazos de amistad con otros sujetos agresivos. En estos casos, se ha comprobado que la agresividad tiende a incrementarse. Igualmente, los sujetos que son tímidos tienden a relacionarse con otros que también lo son, lo que puede hacer que en estos casos la relación no sea divertida o incluso no resultar reconfortante. Madrid ESP