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I take the belated and confused response to Edward Said’sOrientalism(1978) as due not only to the pretentious “verbosity” of the first translation, but also to objective circumstances of a political and ideological nature. Frantz Fanon, for instance, made a significant belated presence in the 1960s through translation and ultimate appeal to the rising critique of the national elite thereafter. Gramsci was already known among the Left. Not so is the case withOrientalism. The confusion surrounding the term, the distrust of the West, and the affiliation of prominent Arabists and Orientalists in Arabic language societies in Damascus and Cairo and their significant contributions to the study of Arabic added another dimension to a blurred picture. As noticed by some scholars, the much deferred application of Said’s contrapuntal cultural criticism rather than his postcolonial drive, speaks of a different politics. Largely but not solely indebted to Marxist theory, this liberatory politics in gender, race and class, and the significant interest in social equality, justice and political/economic and cultural liberation, take a number of directions that surpass and also obfuscate postcolonial experimentations and their parlance. To demonstrate the efficacy of this massive engagement in the devaluation of postcolonial discourse, I use among others three early texts of the 1930s that put us face to face with a postcolonial consciousness that not only exposes colonialism and the cultural dependency of the elite, and sets the ground for political awareness, but also brings forth the issues of biopolitics and the implications of subalternity along a number of axes. This line of thought is predicated on a cultural and ideological script that had already taken root in urban centres since the early twentieth century. Although the Cold War situation and the enforced assimilation of the Left into statist national blocs or confederations or the denial and prosecution of opposition intensified a polarized polemic against the “West”, there was already that script that was given legitimacy and power in national democratic writings. Hence, whatever is subsumed under the rubric of the “postcolonial” sounds like “carrying dates to Hajar” (ka-nāqil tamrin 'ilā Hajar). Put together in a genealogical map, these early engagements, including the forceful critique of the “West” and its body of representations, gain further solidification that derails and incapacitates the “postcolonial” as a viable category of analysis and application in the Arab world. [ABSTRACT FROM PUBLISHER]

La filosofía política de Gramsci fue percibida como una amenaza ideológica por los gobiernos autoritarios del Cono Sur y por los más ortodoxos comunistas, pero también fue una guía de reflexión y renovación ideológica del pensamiento crítico en Argentina en la década de 1970. Los intelectuales receptores siguieron la teoría gramsciana no como un constructo que dilucidaba la realidad de la región, sino como un método para poder volver a ella sin forzarla por las necesidades dogmáticas. Este artículo sigue la trayectoria del pensamiento de Gramsci en América Latina en dos momentos: la recepción y debate propiamente académicos de sus postulados teóricos en Argentina, y la posible influencia de estos postulados en la práctica política en la región, por medio de un breve recorrido entre varios niveles de impacto. Niveles que cubren desde la motivación a la movilización en el contexto inmediato del grupo argentino de Pasado y Presente, hasta una más difusa influencia en las apuestas literarias de los escritores latinoamericanos de esa década.

En su intento de buscar una esquiva visión modernista de desarrollo, el gobierno de Chávez (1999-2013) en Venezuela confeccionó una lista fresca y muy binaria de un “nosotros” contra “ellos”. En su proyecto contra-hegemónico, en términos de Gramsci, Venezuela ha promovido un orientalismo subalterno que ha contado con la demonización de los Estados Unidos y sus aliados más cercanos, y a su vez una unión bastante abrupta con países y culturas asociadas con los que el gobierno de Venezuela tenía poco contacto previo, como se ejemplifica con los casos de China, Irán y Rusia. Edward Said (1978) denomina el concepto de orientalismo como la relación entre las potencias imperialistas de cara a los países en desarrollo. En el caso que nos ocupa, sin embargo, se observa un giro refrescante: aquí se observa el orientalismo entre naciones en vía de desarrollo y naciones no-occidentales con el fin de hacer frente a la lucha hegemónica de los países occidentales dominantes, o lo que yo llamo orientalismo subalterno. En el presente artículo se abordará la primera fase de la construcción de identidad en Venezuela con relación a la presencia de los chinos, árabes y, en menor medida, de Rusia.