En las cuestiones teóricas que envuelven la discusión sobre el origen de la Ciencia de la Información (CI), se observa la existencia de dos concepciones: la norteamericana y la europea, las cuales presentan como pilar conceptual dos discursos distintos. Mientras la corriente norteamericana argumenta que la CI nació con la Biblioteconomía, en particular la Biblioteconomía especializada (Shera, 1980; Saracevic, 1992) y con las tecnologías de Recuperación de la Información – RI – (Bush, 1954); la vertiente europea, de orientación francesa (Otlet, 1934; Briet, 1951; López Yepes, 1993, 2002; Sagredo Fernandes, 2005), posee un discurso pautado en la Documentación, considerada por Rayward (1995) como el “germen” de la CI. Por lo tanto, se tiene en cuenta analisar esas principales concepciones en debate de la CI mediante un estudio investigativo, teórico y documental, para lo cual deberemos observar en qué medida las discusiones sobre su objeto, la información (y el documento) son esenciales para la sedimentación de esa área en desarrollo. Algunas veces se entiende la CI como una prolongación (aunque todavía controvertida) de la Documentación, debido al hecho de que ésta traiga, desde su creación, elementos relevantes para la comprensión de esa ciencia como área del conocimiento, identificándose sobre todo dos procesos que propiciaron su desarrollo teórico: la Organización de la Información – o del conocimiento – (el sentido en el cual se valoriza el contexto en que la información fue generada, para una mejor accesibilidad), que se refiere, nuclearmente, a las formas calitativas de relación de los contenidos informacionales, los elementos técnico-científicos y los elementos éticos y humanos de la disponibilización de esos contenidos a diferentes usuarios que pueden tener distintas necesidades; y la Recuperación de la Información (con el substancial soporte de la tecnología), principalmente después de las contribuciones de Bush (1954) que permitieron su considerable expansión en el aspecto teórico y tecnológico. De esta manera, la junción de ambas concepciones (la europea la norteamericana) establecen un importante vínculo de identidad para que se pueda pensar una CI en busca de su consolidación como área científica. En estos términos se busca, en la constante re-lectura de los autores clásicos del área, una identidad ubicada “más allá” de sus dudosas relaciones interdisciplinares, que algunas veces fortalecen esa disciplina (importando elementos teóricos y metodológicos de otras importantes áreas), y otras seducen hacia el equívoco de la no identidad (por ejemplo, cuando se confunde la CI con la misma tecnología que la sirve instrumentalmente). Partiéndose de ese diagnóstico, se ha realizado una discusión epistemológica sobre esa área del conocimiento, teniéndose como recorte el análisis de Capurro (2003) que mostró un mapeamento de los principales paradigmas (el físico, el cognitivo y el social) que sobre ella influyeron e influyen, en el cual la hermenéutica se revela una importante vertiente epistemológica presente y necesaria para el intento de solucionar los actuales problemas que emergen en la CI. Sumándose a eso, las vertientes paradigmáticas cognitiva y socio-cognitiva, en parte, atribuyen la causa de esos problemas al cambio en el papel del conocimiento (Wersig, 1993), lo cual lleva la CI a la preocupación de cuadrarse en una “ciencia pos-moderna”, posibilitándose así las relaciones interdisciplinares (Wersig, 1993; Ingwersen, 1992), principalmente con la Ciencia de la Computación, la Comunicación, la Inteligencia Artificial y la Biblioteconomía (Saracevic, 1992). Sin embargo, se ha considerado que, en gran medida, la indefinición, la imprecisión y la poca confianza que inspira el concepto de información reflejen la dificultad de una definición de los límites disciplinares de la CI, pues las “fronteras-límite” dentro de un discurso interdisciplinar de “pos-modernidad” son tenues, complejas y casi imperceptibles. Además, por ser una disciplina relativamente reciente, la CI todavía busca pilares conceptuales para definir su objeto, para bosquejar una “teoría general” y de métodos propios para la construcción de su identidad. En la busca de esa identidad, se observó que el objeto de la CI ha trascendido el libro (objeto de la Biblioteconomía clásica); el diploma, documento medieval de valor eminentemente histórico (objeto de estudio de la Diplomática Clásica); el documento diplomático moderno de valor histórico y jurídico-administrativo o archivístico (objeto de estudio de la Diplomática Moderna); y el mismo documento según la concepción otleiana (objeto de estudio de la Documentación), pues al abarcar un gran número de disciplinas con enfoque en los “haceres” o en el campo aplicado (Biblioteconomía, Documentación, Archivología y Museología), la CI eligió la información registrada en un soporte documental como objeto de estudio. Para llegar a ese resultado, se han llevado en cuenta, particularmente, dos concepciones distintas de información como objeto de la CI y que de alguna manera sintetizan dos polos de comprensión. Una de ellas es presentada por Malheiro y Ribeiro (2002), quienes han considerado no solamente las informaciones cosificadas, o registradas y materializadas (pues para los autores la información existe aún antes de su exteriorización y representación en un soporte documental); #aprehendiéndolas, también, bajo la forma intangible, o sea, propia de aquellas que son transmitidas en un proceso comunicativo, que en la interacción con el individuo posibilitan la creación de un nuevo conocimiento aún no materializado (o documentado), en una actitud particular de comprensión en el plano cognitivo, estando bajo la constante influencia del medio externo (o socio-cultural). Y la otra es presentada por Buckland (1997), quien al hacer una re-lectura del concepto de documento para la Documentación (tomandose como base referencial a Otlet y Briet), ha mostrado que el mismo puede ser caracterizado como tal a partir de la percepción y del énfasis de cualesquier atributos funcionales dirigidos hacia el contenido documental, o sea, las informaciones en él contenidas. De esa forma, para la CI esas informaciones adquieren características particulares, interesando, por lo tanto, en los términos de Buckland (1991), la llamada “información-como-cosa”, que se refiere a aquellas tangibles y pasibles de ser incorporadas a Sistemas de Información, pudiendo presentarse en una gama de soportes y eventos informativos, objetivadas o no, revalorizados circunstancialmente dentro de diferentes contextos socio-culturales e históricos. Se ha constatado que la información objeto de la CI es aquella que se encuentra registrada (o documentada). De esa manera, la realización de la pesquisa teórico-conceptual de documentos se vuelve relevante, pues su comprensión es fundamental para el entendimiento disciplinar de la CI y la comprehensión de su polémico objeto. Se ha comprendido, igualmente, que la relación entre información/registro y documento es “visceral”, o sea, es difícil definir conceptualmente cual de ésos sobresalen, pues en el contexto del objeto de la CI la ausencia del soporte documental ha excluido la posibilidad de la existencia de una información tangible y la no existencia de esa información (o su no percepción) anula la posibilidad de que se le atribuya significado al objeto/soporte que se volvería un documento.