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El verso del poeta Juan de la Cruz que pone título a este Libro VI juega con la ambigüedad de las voces escala y escalera, ambas pertinentes al propósito de la arquitectura, que obedece a aquella, en su voluntad de hacerse habitable, y fabrica variedad de éstas con el mismo fin. Tras haber visitado el entorno, nos hallamos ahora en el solar: esto es, la cuota de suelo que se nos ofrece y en el que la obra habrá de hacer firme asiento. El solar es, por un lado, memoria de una estirpe que se estima “solariega” y, a la vez, impone una conmensuración, o acuerdo de las partes. En él se verifica la puesta a escala real de los ideales de la proporción, en virtud de una euritmia, o juego de ritmos, que conciertan la vida, individual y colectiva, de los seres humanos. El sitio supone la tesis. La fábrica dispone su antítesis. Y el arte compone su síntesis.

Al paisaje de la Arquitectura, que fue motivo del precedente Cuarto Libro, sigue en éste, con el propósito, inicial y continuado, de ceñirnos, en una espiral hacia dentro, al hecho de habitar, la consideración del entorno, entendido como vecindad y vecindario. De las calles y las plazas. Y de su restauración continua por la obra nueva de arquitectura. Y del edificio como ornamento que es de la ciudad. En ese sentido y con ese fin, se hace recuento y repaso de los materiales y de los oficios que concurren al hecho de edificar. Y en su última parte, la que concierne a la composición, el autor recapacita acerca de su significado: esto es, de los síntomas, símbolos y señales que ellos conllevan: haciendo hincapié en la relación, que va del obelisco antiguo a la lonja tardo-medieval, entre arquitectura y poesía: entre lo dicho y lo hecho.

En este su Séptimo y último Libro, el autor nos propone un retorno al origen, esto es, al mito que antecede a la historia y es su matriz: del fuego, principio de arquitectura para Vitrubio, al hogar. Y del tótem prehistórico a la cariátide clásica. El mito, a su vez, en su etimología griega, se identifica con la palabra. Y es el fundamento de cuantos rituales revisten y dotan de sentido el ejercicio de la habitación: la representación acompaña a la función, el teatro a la vida. Ello da lugar a toda una serie de tipos en los que la edificación viene insistiendo desde antiguo: la basílica, el claustro y el teatro son algunos de ellos. En la variedad de sus usos se produce una transferencia de significados, en los que el tiempo se espacia y el habitante juega un doble papel de espectador-actor, transeúnte o morador, en virtud de los varios ritmos a los que la vida se acomoda y acomoda. Y de los que la luz natural es fiel testimonio final.