Las conductas suicidas en la adolescencia constituyen un problema de salud pública de primer orden, no sólo por su frecuencia, sino también por su gravedad potencial. Algo más del 10% de los adolescentes comunica haber tenido pensamientos suicidas en el año anterior y alrededor del 4% de ellos ya habría intentado suicidarse. Se trata de la segunda causa de muerte a esa edad. Entre los numerosos factores de riesgo involucrados, los más importantes son la existencia de un acto suicida previo y de un trastorno psiquiátrico tipificado, en particular depresivo. En los adolescentes más jóvenes, la detección de una crisis suicida puede hacerse complicada debido a los trastornos de la conducta del tipo de reacciones agresivas e impulsivas, que pueden estar en un primer plano. En los adolescentes de mayor edad, el crecimiento progresivo de un sentimiento de desesperación y de las ideas de la muerte puede permanecer oculto durante mucho tiempo detrás de una sintomatología banal de ansiedad o psicosomática, asociadas a retraimiento relacional o, por el contrario, al desprecio del riesgo. Si bien las conductas suicidas del adolescente constituyen a veces la manifestación de un trastorno psiquiátrico tipificado, el acto suicida casi siempre se dirige al entorno. Constituye para el adolescente el último medio de dar a entender un sufrimiento y un deseo de cambio indecible. La atención a los adolescentes después de una tentativa de suicidio es objeto de recomendaciones para la práctica profesional: todo adolescente suicida debe ingresar en un servicio hospitalario de urgencias, donde se le evaluará en los planos somático, psíquico y social. En algunos casos, está indicada una hospitalización especializada. Una vez pasada la crisis suicida, la derivación del joven y su familia a profesionales de la salud (psiquiatra, psicólogo) constituye es un desafío esencial. Más allá de la identificación diagnóstica y el tratamiento de un trastorno psiquiátrico tipificado, las intervenciones centradas en la familia ayudan a movilizar del mejor modo los recursos del sistema familiar para que el malestar del adolescente se pueda manifestar de otra manera y ayudar a todos a adaptarse lo mejor posible.