1. Comparación entre hábitats de los efectos a corto, medio y largo plazo de una exposición crónica a amonio durante la fase larvaria de la rana común (Pelophylax perezi)
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Zambrano Fernández, Sonia, Aragón Carrera, Pedro, and Zamora Camacho, Francisco Javier
- Abstract
Tesis doctoral perteneciente al Programa de Doctorado en Diversidad Biológica y Medio Ambiente del Departamento de Biología Animal de la Universidad de Málaga, A primeros del presente siglo, el premio Nobel de Química neerlandés Paul J. Crutzen y el biólogo estadounidense Eugene F. Stoermer propusieron que nuestro planeta había cambiado de era geológica, abandonando el Holoceno y dando paso al Antropoceno, dentro del período Cuaternario (Crutzen y Stoermer, 2000). Esta propuesta rápidamente se granjeó el apoyo de la comunidad científica (Crutzen et al., 2007; Steffen et al., 2011), y se emplea hoy en centenares de libros y artículos especializados, se cita miles de veces y se usa cada vez más en los medios de comunicación (Ulloa, 2017). El concepto se acuñó para designar las interacciones mutuas entre las modificaciones en el clima, los cambios en la biodiversidad, la rápida acumulación de gases de efecto invernadero y los daños irreversibles ocasionados por el consumo excesivo de recursos naturales por parte del ser humano (Trischler, 2017). Por ende, el Antropoceno define la época en la que las actividades del ser humano empezaron a provocar cambios biológicos y geofísicos a escala mundial. Se ha comprobado que estos cambios han alterado el relativo equilibrio en que se mantenía el sistema terrestre desde los comienzos de la época holocena (desde 11.700 años atrás). Tristemente, esta nueva época con registro estratigráfico está asociada a la llamada sexta extinción masiva de las especies, cuya diferencia con las anteriores radica en que esta está causada por Homo sapiens. Esto es debido a que en los últimos cien años la población humana se ha incrementado seis veces, y su actividad económica diez veces en los últimos cincuenta años. La definición de Antropoceno lleva implícita que ha de tener un registro estratigráfico de la actividad humana para poder diferenciarlo del Holoceno (Waters et al., 2016). Técnicamente, solo con el poso de la bomba atómica la definición es suficiente para diferenciar el Antropoceno del Holoceno, pero hay muchas más evidencias (los llamados tecnofósiles, etc.). Sin embargo, parece ser un debate inacabado porque la Comisión Internacional de Estratigrafía, que es el referente mundial, aun no lo ha reflejado en la última versión de la serie estratigráfica del año 2022 (https://stratigraphy.org/chart). Esto refuerza más la justificación general sobre estudios que examinen los efectos del cambio global en la Biodiversidad. El Antropoceno viene marcado por un brusco cambio global, cuyas causas fundamentales se encuentran en la explotación humana del medio ambiente (Di Donato, 2008; Solomon, 2007). El origen de este cambio global antropogénico puede hallarse en cuatro componentes principales: los usos del suelo, la contaminación, el cambio climático y la dispersión de las especies invasoras. (Sala et al., 2000). Para las décadas venideras, se prevé una aceleración de este cambio, de la mano de un aumento de las actividades humanas que lo originan (Peduzzi, 2019). Entre otros factores, se espera un aumento en los cuatro componentes principales de este cambio global: se pronostica que esta intensificación de los componentes del cambio global acentúe la degradación de la funcionalidad de los ecosistemas (Duarte et al., 2006; Pérez et al., 2012), que está desembocando en la extinción masiva actual (Rodríguez, 2018)., Estos desencadenantes no funcionan de forma aislada, sino a través de complejas sinergias que actúan a múltiples niveles (Hardy, 2003; Osmond et al., 2004; Camarero et al., 2004). Por ejemplo, los cambios en el uso del suelo implican un aumento en área de tierras de cultivo (Veldkamp and Lambin, 2001; Ewers et al., 2009) y un predominio creciente de las técnicas agrícolas intensivas sobre las tradicionales (Nonhebel, 2002; Calderón et al., 2012), lo que conlleva un incremento en las emisiones de gases de efecto invernadero que contribuyen al calentamiento global (Caballero et al., 2007; González et al., 2007; Johnson et al., 2007). Las prácticas agrícolas también representan un aporte notable de nitrógeno a través de fertilizantes (Olivares et al., 2013; Cárdenas-Navarro et al., 2004), que en gran medida percola en el medio (Stark and Richards, 2008; Benintende et al., 2008). Además, estos hábitats enriquecidos con nutrientes facilitan el establecimiento de plantas, animales e incluso microorganismos exóticos (Pimentel et al., 2001; Guillemaud et al., 2011). Por su parte, las alteraciones en los rangos de distribución de las especies pueden modificar las relaciones ecológicas preexistentes (Schweiger et al., 2008; Lobo, 1999), o dar lugar a interacciones novedosas (Tylianakis et al., 2008), que pueden amenazar el equilibrio de los ecosistemas. De hecho, las invasiones biológicas se han considerado durante mucho tiempo entre las principales consecuencias del cambio global (Lövei, 1997; Alonso et al., 2015). De excepcional relevancia son los casos recientes de expansión geográfica de patógenos (Wilcox and Gubler, 2005) a medida que sus huéspedes (Seimon et al., 2007) o vectores (Léger et al., 2013) siguen climas más permisivos, se ven favorecidos por cambios en los usos del suelo, o se extienden gracias el uso o comercio de animales (Randolph, 2009; Jiménez-Clavero, 2012; Kutz et al., 2013). A esta complejidad inherente al cambio global antropogénico hay que añadir efectos del cambio global de origen natural, ya que pueden llegar incluso a ocurrir conjuntamente. Por ejemplo, la erupción del volcán Pinatubo en 1991 proyectó cenizas hastala estratosfera, lo que provocó un enfriamiento global y una disminución global de la producción primaria a corto plazo (Lucht et al. 2002), a pesar del calentamiento global contemporáneo a más largo plazo. Toda esta complejidad justifica el abordaje de este tipo de estudios mediante aproximaciones experimentales capaces de dilucidar relaciones de causaefecto. Para hacer frente a los problemas del Antropoceno, uno de los principales escollos con que se tropieza es la necesidad de resolver la delicada cuestión de la justicia medioambiental. Este concepto hace referencia a la distribución equitativa de cargas y beneficios en el uso y aprovechamiento de los bienes naturales de interés común, como son por ejemplo el agua y el aire. Además, demuestra la conexión entre el gran deterioro del entorno natural y el reparto no equitativo entre países de sus consecuencias negativas y la aplicación de leyes medioambientales para afrontarlo. Es por ello que se puede hablar de una dimensión distributiva, la cual defiende la equidad en la solución de los conflictos socioambientales, y de una dimensión participativa, donde persiste la participación significativa de las personas afectadas o involucradas por aquellas decisiones relacionadas con el medio ambiente (López, 2014; Mohai et al., 2009). Ahora bien, esos riesgos están desigualmente repartidos y en general afectan más a las personas y grupos desfavorecidos. Por ello, no resulta fácil encontrar una solución a este problema, conociendo lo heterogéneos que son los países en función de su nivel de desarrollo, extensión territorial, población, recursos naturales, etc. Además, la huella ecológica humana, es decir, el área necesaria para producir los recursos consumidos y para asimilar los residuos generados por una población determinada con un modo de vida específico (Domenech Quesada, 2009), sobrepasa en un 50% la capacidad de regeneración y absorción del planeta. El 80% de la población mundial vive en países cuya capacidad biológica, es decir, la capacidad de un área específica biológicamente productiva de generar un abastecimiento regular de recursos renovables y de absorber los desechos resultantes de su consumo (Hernández Álvarez et al., 2007), ya es menor que su huella ecológica (Olivo y Soto-Olivo, 2010; Pabón, 2003).
- Published
- 2023