Uno de los elementos estructurales que distinguen a las llamadas sociedades ‘postcoloniales’ es, sin duda, la multietnicidad. En la mayoría de ellas, tal multietnicidad se instituye por la presencia de culturas autóctonas que han sufrido, a lo largo del tiempo, profundas transformaciones, a causa de los procesos de aculturación que las diferencian, a menudo impuestos con violencia (en otros casos, la multietnicidad se da por la presencia de culturas inmigrantes). La existencia, casi siempre conflictiva, de etnias diversas alimenta y vuelve atormentado el proceso de definición de nuevas ‘identidades’: identidades culturales que se proponen, a veces, como unificantes, construidas en torno a los eventos de la nueva historia de la comunidad, míticamente transfigurados y conciliados con los de una historia antigua; o que en cambio se inclinan por la apertura y la recuperación, a veces anacrónica y falsa, de las tradiciones ‘nativas’. En uno u otro caso, estos ideologemas se fundamentan lingüísticamente y eso vuelve particularmente relevante la cuestión de la lengua y de su poder definitorio, en relación a las culturas, entendidas antropológicamente.