NATO is an organization hindered by its 20th century success; in addition, it is not well understood in a postmodern world despite having been transformed by increasing its political aspect and reduced its military weight through the simple re-reading of its founding treaty. A "Hard" power institution in a postmodern and "Soft” world. However, risks and threats have only faded and, although they have lost some of their intensity, they have gained in specter. Paradoxically, NATO dissolution with the end of the Cold War would have led to the disappearance of a forum for dialogue, to the unraveling of the security space and, thus, to the rearming of Europe. Russia is the continent nation heir to the USSR, the reason for the creation of NATO. But Russia is not the USSR in geopolitical or ideological terms, even though its recent action has brought back the shadows of the Cold War. The complexity of the approach to the problem of its relationship with the West cannot be reduced to the dichotomous and exclusive enemy friend key (it is a partner, supplier, supplier ... more than a strategic rival). Its correct definition comes from the resolution of the problem of its identity. In this context, NATO remains a geopolitically necessary organization, not in vain is today the only bridge that links exclusively Europe and the United States while contributing to the stability and structure of the West. And it serves to find a place for Russia too. His eventual tensing is a proof of the vigor of his health and the need to find channels of understanding among its members. In general, it is not good to blow up bridges already built despite it is legitimate to want to change them., La OTAN es una organización lastrada por su éxito del siglo XX; además, no termina de ser comprendida en un mundo posmoderno pese a haberse transformado incrementando su vertiente política y reducido consecuentemente su peso militar mediante la simple relectura de su tratado fundacional. Una Institución de poder “Hard” en un mundo posmoderno y “Soft.” Sin embargo, los riesgos y las amenazas sólo se han difuminado y, aunque hayan perdido algo de su intensidad, han ganado en espectro. La globalización ha traído un incremento de la conflictividad por más que haya reducido su intensidad. Paradójicamente, su disolución con el fin de la Guerra Fría hubiera provocado la desaparición de un foro de diálogo, a la desvertebración del espacio de seguridad y, con ello finalmente, al rearme de Europa. Rusia es la nación continente heredera de la URSS, a su vez, la razón de la creación de la OTAN. Pero Rusia no es la URSS ni en términos geopolíticos ni ideológicos por más que su actuación reciente haya traído de vuelta el recuerdo de la Guerra Fría. La complejidad de la aproximación al problema de su relación con Occidente no puede reducirse a la clave dicotómica y excluyente amigo enemigo (es socio, suministrador, proveedor… por más que, en algunos aspectos rival estratégico). Su correcta definición proviene de la resolución del problema de su identidad. En este contexto, la OTAN sigue siendo una organización geopolíticamente necesaria, no en vano es el único puente que une a día de hoy a Europa y Estados Unidos mientras contribuye a la estabilidad y estructuración de Occidente pudiendo, paradójicamente, servir al propio acompasamiento de Rusia. Su eventual tensionamiento es prueba del vigor de su salud y de la necesidad de encontrar canales de entendimiento entre sus miembros. En general, no es bueno volar los puentes ya construidos por más que sea legítimo querer cambiarlos.